El poder de la palabra hablada
Las palabras tienen poder, nos ayudan a conectar con las personas, a designar y dar forma a lo que nos rodea y la vida por venir. Sin embargo, no podemos olvidar tampoco el papel de ese diálogo interno, y de la necesidad de cuidar de esas palabras que nos decimos a nosotros mismos.
Aunque muchas personas digan que “una imagen vale más que mil palabras”, y en ciertos casos es verdad, no hay que olvidar que cuanto sale de nuestra boca tiene un valor inmenso. Así, que la palabra más pequeña e insignificante puede hacer un gran daño, tanto a nosotros mismos como a otros, dependiendo cuáles sean las circunstancias de la comunicación.
Las palabras definen la realidad y a su vez, dan forma a la acción, a la convivencia y también a lo que concebimos como humanidad al día de hoy, además manifiesta lo que hay en el interior de la persona que la transmite. Pensemos en ello: el lenguaje es la competencia más excepcional del género humano, esa habilidad que nos distinguió del resto de las especies para permitirnos avanzar y ser lo que somos ahora.
Las palabras tienen poder y son grandes instrumentos para cocrear. Al salir de tu boca palabras con fuerza, seguridad y poder, se convierten en una orden. De ahí, la importancia de cuidar el manejo y la intención de las palabras; porque cuando las expresas positivamente, con toda seguridad que vas a obtener buenos resultados.
Recuerda que el Universo está atento a cualquier orden tuya. Piensa antes de hablar para evitar malos entendidos y ofensas, que puedan causar daño al otro. De igual manera, en algunos momentos de tu vida no te dejes llevar por la ira y el descontrol emocional, porque ello enloda tu lenguaje. Tampoco debes pronunciar palabras sarcásticas, maldicientes, dubitativas y negativas que afecten la armonía de tu energía; porque sin temor a equivocarte, ellas repercuten en contra de ti mismo. Al contrario, si pronuncias siempre palabras positivas, portadoras de buenos mensajes, ellas traerán bienestar y aciertos para ti y tu entorno. Que todo lo que emita tu boca, sea el vivo reflejo del Deseo y del querer de Dios. Acostumbrándote a los mensajes que te conecten y te refresquen el alma.
Las palabras tienen el poder de crear y de destruir
Nuestras palabras tienen el poder de crear y el poder de destruir. El mejor ejemplo de esto lo podemos apreciar en una amistad o una relación. Cualquier palabra fuera de lugar o que pueda generar algún tipo de malentendido, quizás provoque la ruptura de ese vínculo.
Incluso la ausencia de las palabras puede ocasionar algún tipo de problema. En las relaciones de pareja, sobre todo, la comunicación es sumamente importante. Sin embargo, siempre hay algún secreto o algo que no se le cuenta a la pareja “por su bien” y que termina derivando en una serie de conflictos muy difíciles de abordar y superar.
Pero, el poder de nuestras palabras es mucho más poderoso. Su capacidad de crear y de destruir también es aplicable a nosotros mismos. No escucharnos, dedicarnos afirmaciones negativas y reprimir lo que deseamos decir son algunas de las múltiples maneras en las que nos haremos daño, nos sentiremos frustrados y en las que, tal vez, consigamos alimentar una baja autoestima.
Abandona las palabras como “esto solo me pasa a mí y al coyote”, “qué mala cara tengo hoy” o “no sirvo para nada”. Intenta dedicarte palabras bonitas a ti mismo, porque si tú no lo haces, ¿esperas que los demás sí lo hagan?
Terapia de las palabras
Las modernas teorías del Pensamiento Positivo han redescubierto a la Palabra. Postulan una realidad indubitable: pensamientos negativos generan realidades negativas, mientras que pensamientos positivos construyen realidades positivas.
Esta es la magia de la palabra, que tiene capacidad de creación de la realidad. Porque si amanecemos con la autoestima del pensamiento positivo y tarareamos la canción de que “hoy puede ser un gran día, plantéatelo así…”, pues será más fácil que realmente llegue a ser un gran día. En cambio, si comenzamos a lo Leoncio León y Tristón: “Oh Cielos, qué horror…”; pues acabaremos como mucho a lo pollito Calimero, diciendo al final de cada episodio de nuestro día aquello que él sentenciaba al acabar sus historias: “Esto es una injusticia, amiguitos, todo yo, todo yo”.
Somos lo que comemos, dicen los dietistas. Yo diría más, porque el alimento del alma son las palabras: “Somos lo que pensamos; porque somos las palabras que pronunciamos en el silencio de nuestra intimidad”. Toda una cultura de la palabra se asienta en esa coetánea industria del Buenismo en la que transitamos con cierta pegajosidad.
Magia oculta
¡Magia! Sí, las palabras tienen razones; pero, sobre todo, tienen magia. Quizá por ello toda la historia de nuestra literatura fantástica se apoya en palabras poderosas capaces de hacer conjuros, hechizos y encantamientos. Desde el clásico ‘abracadabra’ al ‘alohomora’ de Harry Potter.
La magia de las palabras le aportan un poder, tanto para el que las pronuncia como para el que las padece. Porque las palabras son condicionantes para las personas proclives a ello, para las llamadas supersticiosas. Pero ¿sólo para los supersticiosos? Es eso y mucho más…
Hay palabras buenas y palabras malas. Tener una mala palabra es sinónimo de expresar un mal deseo hacia alguien o, sencillamente, insultarle. El mismo concepto de la maldición está presente en la vida y la historia universal. ¡Y no son más que palabras, pronunciadas o deseadas! Pero lo mismo ocurre a la inversa. En la propia Biblia se implora a padres, profetas y seres divinos que impartan su bendición como un amuleto indestructible frente al mal. Más aún, un centurión romano pide a Jesucristo un milagro de sanación sobre un ser querido; pero para no molestar al maestro que es un superior jerárquico, le sugiere que utilice la palabra, “porque sólo una palabra tuya bastará para sanarlo”.
La palabra es magia. Y la magia se construye con el poder que va más allá de la carcasa física. Y aunque hay palabras sabrosas de pronunciar por su significado personal (palabras favoritas) o por su cacofonía (supercalifragilísticoespialidoso), si usted realiza una búsqueda por internet de cuáles son las palabras mágicas, quizá se sorprenda al ver que los primeros lugares de la búsqueda no le llevan al abracadabra, sino a otras palabras del pensamiento positivo que consideramos mágicas por su poder: gracias, perdón, por favor. Esta es la trilogía mágica, aunque hay hijas menores como: buenos días, permiso, disculpa, me prestas, adiós. Y este aprendizaje se focaliza en los más pequeños de la casa para generar una educación en valores, pero también para fortalecer su sociabilidad.
La palabra es lo que buscaba el mago gris Gandalf para abrir la puerta de las cuevas de la montaña de Moria. O la que utilizaba Alí Babá y sus cuarenta ladrones para acceder a sus tesoros protegidos: ‘¡Ábrete Sésamo!’.
La importancia del diálogo positivo con uno mismo
Si tú no te dedicas palabras bonitas nadie lo hará. Porque tal y como te ves, así te verán los demás. Hemos aprendido a dedicarles estas palabras a los demás, pero ¿qué pasa con nosotros? Parece que no sabemos darnos el valor que merecemos, nos ponemos en un segundo lugar y esto provoca determinados problemas. Es entonces cuando los “soy incapaz” o “no puedo” se hacen eco en nuestra vida llegando a ser una realidad.
Así, expertos en el tema como el doctor Ian Burkit, de la Universidad de Bradford, nos señala en un estudio que ese ‘micro diálogo’ nos permite también construirnos a nosotros mismos o incluso ‘deconstruirnos‘. Sabemos que las palabras tienen poder, pero esas que nos dirigimos a nosotros mismos, presentan una trascendencia inmensa para nuestro bienestar psicológico.
Reeducando nuestro vocabulario
Llegados a este punto, sería ideal reeducar, alimentar y restaurar nuestro vocabulario. A medida que vamos creciendo y madurando vamos perdiendo nuestra inocencia. Esto puede hacer que nuestra capacidad para crecer disminuya. Así, empezamos a dudar de nosotros mismos, a ver lo negativo y lo feo, en vez de lo positivo y lindo, a desconfiar antes de conocer.
Con expresiones cotidianas del tipo “¿No hay comida?” o “¿Hay comida?” a primera vista prácticamente la pregunta es la misma, pero en la primera ya estamos condicionando que NO HAY. Por lo tanto, empiezan a surgir una serie de afirmaciones como:
Soy pobre.
No tengo.
Soy incapaz.
No sé.
Ni siquiera lo intentaré.
Si digo no puedo, es cierto ¡no puedo! Pero si digo ¡sí puedo! también es cierto porque lo dije también. A las palabras NO SE LAS LLEVA EL VIENTO, quedan enganchadas en nuestra mente y en nuestro corazón y así van dirigiendo nuestra vida, por el camino que le vamos indicando. Las palabras construyen realidades externas e internas y eso, es algo que debemos tener muy presente el día día.
Si nuestro vocabulario es pobre y pesimista, así será nuestra vida. Queremos abundancia, queremos paz, queremos ser felices, etc., pero con nuestra boca declaramos todo lo contrario. Cuando la incoherencia impregna nuestra existencia, lo que deseamos jamás llegará a cumplirse.
De nuestras palabras depende nuestro futuro, así que empecemos a cambiar nuestra vida, cuidando las palabras que decimos y nuestra forma de hablar. Hagámoslo como si estuviéramos rodeados de niños siempre y nuestra vida se dirigirá por ese camino que deseamos transitar.
Las palabras se convierten en carne
Es verdad que los pensamientos son supremos como moldeadores de nuestro mundo. Ellos inician todos los cambios. Pero algo más sucede cuando ponemos nuestros pensamientos en oraciones, cuando hablamos la palabra. Esto establece vibraciones potentes en nuestros cuerpos. El hablar, oír y sentir nuestros pensamientos causa una mayor impresión en nosotros que meramente pensarlos. Las palabras nos incitan a acción. Cuando declaramos nuestros pensamientos, cuando hablamos, todos los átomos del cuerpo responden al sonido de nuestras voces. No solamente oímos lo que decimos, sino que realmente sentimos lo que decimos.
Toda palabra, por lo tanto, tiene un efecto. La intensidad del efecto depende de la intensidad del pensamiento y el sentimiento detrás de la palabra y la manera en que la palabra sea hablada.
Un ejemplo obvio y muy básico de esto es el hecho de que las palabras tranquilizadoras crean la liberación de substancias químicas "tranquilizadoras" en el cuerpo. Esto es verdad no sólo para el que las habla, sino también para el que las escucha. Las palabras coléricas, por otra parte, causan la liberación de substancias químicas dañinas, substancias que causan una reacción de "pelear o huir". De nuevo, esto sucede no sólo en la persona que habla las palabras coléricas, sino en la persona a quien son dirigidas. Esto es un hecho científico probado y mensurable.
Aun sin la prueba científica, sabemos que eso es verdad. Si alguna vez has hablado palabras calmantes a un niño asustado, o recuerdas haber oído tales palabras, sabes del poder que tienen los pensamientos amorosos expresados en palabras. A la inversa, si alguna vez has hablado o te han hablado severamente, conoces el poder de los pensamientos coléricos expresados en palabras.
Es conocimiento común que hablar palabras tranquilizadoras de amor y aliento a las plantas las hace crecer más rápida y frondosamente; y que las palabras duras y odiosas dichas con vehemencia tienden a marchitarlas. Si nuestras palabras pueden tener tal impacto en las plantas, ¡imagina el impacto que tienen en nosotros! Toda palabra que hablamos está saturada de energía que creará o destruirá. Somos responsables de "toda palabra inútil" que hablamos, porque ella manifiesta según su género. En cierto modo, la palabra se vuelve carne y permanece entre nosotros, en nosotros y como nosotros. No podemos menos que llegar a ser lo que decimos que somos. Mientras más resuelta e intensamente hablamos la palabra de quiénes y qué somos, con más seguridad nos aproximamos a llegar a ser lo que decimos. Si acaso aceptamos las palabras que otros dirigen a nosotros. Si hacemos sus palabras las nuestras, luego nos moveremos en esa dirección también.
En conclusión
¿Qué es lo primero que te dices cuando te despiertas en la mañana?
¿Qué es lo último que piensas antes de dormir?
¿Son pensamientos que te empobrecen o por el contrario, son pensamientos que te dan poder?
Muchas personas desconocen que las palabras son muy poderosos. De hecho, cuando dices algo, estás extendiendo tu dialogo interno y creas un mundo similar alrededor tuyo.
La palabra hablada tiene un gran poder creador, se consciente de este poder y utilízalo a tu favor y a favor de las personas que invierten su tiempo en escucharte. En este sentido, cuando nos expresamos pongamos especial cuidado en hablar en positivo, manifestando lo que realmente queremos y salir de la “actitud de la queja”, si lo que deseamos es que nuestra vida empiece a manifestar unos resultados positivos.
Usa las palabras con sabiduría.
Porque pocos poderes son tan grandes.
Con ellas avanzamos o frenamos.
Acariciamos o maltratamos.
Adoramos o descalificamos.
Mostramos altura o mezquindad
Usa las palabras con sabiduría.
Son como el bisturí que
extirpa un tumor maligno,
o como el puñal satánico con que se destruye una vida.
¿Cómo se sienten las personas después de hablar contigo?
¿Amadas y mejores u odiadas o peores?
Al hablar; consuela, anima, entusiasma, une,
señala lo deseable y enfatiza la senda hacia la virtud.
No desanimes, instigues, amenaces, culpes, acuses, mientas,
banalices, desprestigies, ni reniegues de tu vida.
Puedes mediar amablemente entre quienes se combaten.
Puedes reconocer errores, agradecer favores,
decir “perdón”, “te quiero”, y alabar a Dios.
Usa las palabras con sabiduría.
Riega tus ondas sin discriminación.
Que te oigan niños, adultos, ancianos, hombres, mujeres,
negros, blancos, judíos, cristianos, budistas, ateos.
Todos son dignos de las mejores vibraciones de tu voz.
Usa tus palabras adecuadamente o calla.
A veces callar puede ser el mejor de los discursos.
Pero si acaso no es posible el silencio y decides hablar,
hazlo como si fueras el ejemplo a seguir por todos los humanos.
USA LAS PALABRAS CON SABIDURÍA.
Tomado de Renny Yogosesky en libro “El Mensaje de los Sabios”
Y tú, ¿cómo te expresas habitualmente?
Fuentes:
Yogosesky Renny (1999). El mensaje de los sabios. Editorial Jupiter; Caracas, Venezuela.
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